Se escucho
un crujido inmenso, tan grande como el de un gran astillero chocar contra las
rocas, y la oscuridad se hizo presente. Enseguida los pasos desesperados sobre
el suelo corrieron a guarecerse de algo. De ese inmenso crujido. La oscura habitación
albergó su respiración y los latidos de su corazón acelerado hasta que se sosegaron.
Yacía acurrucada
en un rincón de la habitación, bajo el escritorio donde seguía el ordenador a
oscuras. Busco en sus bolsillos un cigarro y el mechero, decidió fumarse la
vida otra vez. El humo inhalado llenaba en pleno aquella oscura habitación, era
sobre natural el humo que salía de su pecho, estaba abierto en canal como si
una gran operación de corazón le hubiera arrancado de cuajo el vital órgano.
Sus labios
calaban el cigarro y el humo salía azaroso por el pecho abierto, por los poros
de la piel, por los dedos de los pies, por cada lugar que había alcanzado
aquella estruendosa situación. Fue como un
gran corto circuito en dos cables de alta tensión.
Su
cuerpo devastado tendrá que curar de nuevo las heridas causadas por las
esperanzas… ¿aun no aprendes pequeña? A no esperar, a no confiar, a no soñar, a
no decir, a no callar, a no amar sin que la contraparte tome la iniciativa.
¡Así estarás
mejor! respondió el corazón desde la otra esquina de la habitación, sangrante y
azulado. Si ya no estoy en ti no sufrirás más por mí. Tu necesidad de amar no
es suficiente para mantenerte viva. Y sin corazón serán menos los órganos que
se pudran y den trabajo a los gusanos.
Déjate
dormir ahora. Mañana no sentirás mi ausencia… y aprenderás a vivir con otra
vida, a sentir con otra piel, y a respirar sólo por ti. Sin más necesidad, sin más
usencia. Sin más tú deseando ser un nosotros, sin nadie más que te robe el
pensamiento, las palabras y las obras.
¡Mejor
sin corazón… mañana será otro día!