Cosas y casos sin-enmiendas

17.5.11

Batallas...

La tarde apenas comenzaba, el sol había decidido tornar los colores del atardecer, y suave se acercaba en el horizonte al mar, a quien al tiempo le dejaba sus colores. Yo esperaba con ansias disfrazadas de calma a que llegara.
Había programado todos los detalles para la ocasión, para que fuera perfecta. En la nevera vino blanco y cava, para escoger. Un par de tintos de crianza y cualquier otra opción, whisky mayor de edad, zumos, ron, ginebra, vodka, lo que su boca deseara beber estaba dispuesto. En la cocina todo previsto para el fin de semana en pleno, incluso para el lunes por la mañana si la cosa se prolongaba. Decidí servirme un trago para amenizar la espera. La música organizada en listas de reproducción para embriagarme aún más en aquello que empezaba a suceder.
Encendí un cigarrillo y me senté en el balcón a mirar los colores de la tarde, mientras bebía un poco de ron y recordaba sutilmente a mi tierra y a mi gente. En ese momento de abstracción llamaron a la puerta, y lo típico, mi respiración se aceleró, las piernas quisieron huir, pero las reñí y no tuvieron otra alternativa que obedecerme.
Al abrir, estaba ahí, perfecta, maravillosa, con un par de botellas de cava en la mano. Al entrar un beso corto pero delicioso marcó el inicio de aquella maravillosa experiencia. Le ofrecí una copa y tomamos asiento en el sofá del salón, conversamos milimétricamente de aquel tiempo en el que no nos vimos, de su vida, de la mía, de los asuntos de trabajo y quehaceres varios propios del vivir, mi cerebro estaba entre el letargo y la excitación, no había duda que aquel ser decididamente me invadía los poros y se apoderaba de mi de una forma total, quizás ella si ignoraba el poder que tenia sobre mis sentidos.
Luego en la terraza un cigarro compartido dio paso a estar más cerca de su cuerpo, y sin dudarlo, mis manos hicieron lo propio, acariciar su cuello, el pulgar hábil rozaba su mejilla y la electricidad parecía generarse en ese contacto, la respuesta, la mejor, los besos no se hicieron esperar y el olor de su piel cada vez más caliente tampoco. Iba por la primera batalla sin tregua. Le amaría ese día para la historia.
El terreno de esta batalla, el salón. Y los ataques empezaron por eliminar las fronteras de los combatientes. Las manos beligerantes se encargaban de poner la piel al descubierto, no sabría como decir que lograbas en mí con precisión, mi concentración estaba dedicada a ti, descubrir tu piel desnuda, tener oportunidad de besar cada uno de los lunares de tu espalda.
Seguir embriagándome y deponiendo mis armas, quedando mas a disposición de tu causa, o la mía, el amarte era la única causa posible en mi cabeza. Volver a tu rostro, oler y contemplar el rubor de tu cara, mimar tu risa y besarla como haciéndole cosquillas para que no se ocultara jamás, y con ella como farolillo, lanzarme a la cruzada por la geografía de tu cuerpo, recorrer a besos tu cuello, sentir con mis labios la palpitación de tu corazón bajo la piel, contar el pulso que ensordece de pasión. Bajar por él hasta tu pecho, haciendo un camino dulce de besos a montón, al llegar al centro de tu ser.
Ahí detuve mis caballos y amarré sus riendas para que reposaran mientras bebía de tu sudor, un cálido veneno que me hacía cada vez más indefensa, pude recorrer tu pecho, besar tus senos blancos coronados de un rosa intenso. Erguidos y diáfanos se plantaban en sus cimas invitándome a besarles una y otra vez, quise embriagarme del olor de tus senos y lo logre, además, con la dulce melodía de tu corazón acelerado por la pasión, esa era la marcha de guerra que me hizo perder la batalla, saberte ahí, desnuda, para mí, y tener la banda sonora de tu cuerpo estremeciéndose a mi paso.
No tardaron en acudir a la batalla los gemidos y los gestos de placer en tu rostro, respondiendo a las caricias de mis manos, mis dedos diestros manejaban a placer tu anatomía y se acercaban a saciar las ganas de conseguir más ventaja, dominar mas sobre ti. Como el sofá se hacía pequeño para las batallas, decidí invitarte al suelo, la madera impecable en época de primavera estaba muy bien para continuar, y ahí deje las riendas de la caballería sueltas, me desplegué por todo tu talle, quería determinar cada palmo posible en tu cuerpo. Me dirigí precisa a tu vientre, mágico y maravilloso de dunas blancas y dulce, caliente de placer como si el sol le acariciara de dentro hacia afuera.
Magistralmente llegue al centro de todo, luego de pasé sutilmente sobre tu ombligo, dibujé sus fronteras y determiné que era posible plantar la bandera de tregua eterna para amarte, me invitaste a tus trincheras, esas que albergan el elixir de la guerra y de la paz, el lecho de la vida. Ahí donde tu calor y mi sed consiguieron la fórmula perfecta para construir un mundo aparte.
Se esparció la luz de tu cuerpo por toda la sala, brillabas, tu belleza se acentuaba con los trazos del placer y yo estaba más que feliz por saberte así, feliz y mía, egoístamente mía era tu felicidad, una dicha que se interpretaría como el comienzo de muchas otras batallas. Tras meses de imaginar tus sabores y las curvas de tus caminos de placer, ese día se presentaba y decía, esta es la felicidad de amar y dejarse amar, es vuestra y han de procurar crearla, criarla y hacerla reproducir lo mejor posible. Era como encontrar la fuente de la sabiduría en el cuerpo, es algo que podría sentirse imposible de describir.
Habiendo escuchado el mensaje intimo de los cuerpos exhaustos de placer, nos desplomamos sin dejar espacio posible ni a un respiro entre nuestros cuerpos, como si hubieran decidido ser uno. Tumbada sobre mí me dejabas acariciarte agradecida a tus formas, toda la libertad de aquellas batallas recientes. Mis manos no hacían más que mirarte y mis ojos cerrados de cansancio te acariciaban toda.
Nos despertamos cuando el sol se despidió dejando el cielo en manos de la luna y las estrellas de una noche limpia de primavera. Decidimos vestir nuestros cuerpos y los barcos de la pasión atados tras la ropa nos dejaron reponer energías, una cena tranquila y callada acompañada de buen vino, se recreaba en conversaciones breves de gastronomía, ciencia, política o religión, cualquier titulo de temporada en el cine o en las librerías, cualquier cosa que nos hiciera mantenernos libres de pecado, y descuidando nuestras atenciones en generalidades para reposar de tanto sentir.
En el balcón fumando y charlando, el vino había repuesto las energías y las estrategias de combate invitaban a ir a por más guerra. Y así fue, decidimos ir a dibujar más vida en el planeta. Así la noche empezó a iluminarse una y otra vez.