Cosas y casos sin-enmiendas

23.12.10

Este año mis palabras se adelantan a los días, quizás por la necesidad que me embarga por estar al lado de quienes amo. Es la distancia la que se siente como una silente puñalada en el corazón, la que debela la ausencia, el frio y la sed de cualquier gesto de cariño de quienes están en los recuerdos lo que me hace escribir esto antes de lo habitual. Estas líneas son mi balance del 2010, un año diferente, tan diferente, que en lo variopinto de sus días me ha enseñado a creer, a callar, a hacer y muy gentilmente a sentir y agradecer. Pero sobre todo a amar.
A creer que existe un Dios (sin nombre ni apellidos) que vela por la maravillosa bendición de la VIDA, esa que en escasas ocasiones agradecemos, pero que es el mejor regalo que nos han podido dar. Piensa que es la mágica acción de respirar la que nos hace dignos de sentirnos bendecidos. No sabemos cuándo nos va a faltar. Por eso disfrutémosla al límite de lo permitido y con los placeres de lo prohibido.
En sus días, este año también me invitó a creer mucho más fielmente en la amistad, la solida e indeleble, la que se mantiene en el tiempo y la que nace en el camino. Otro preciado tesoro, los amig@s. Esos que te quieren y aprendieron a hacerlo tal y como eres, sin cambiarte y con tus cambios, los propios de la edad y de los vientos. Los que te valoran con el empaque y el contenido justo sin importar cuando estas más o menos lleno de penas o alegrías, de silencios o de risas. Para mí, este año, pieza clave y fundamental de mis bases, y que en números han variado, no tanto en cantidad como en calidad. Como lo dije hace pocos días, son la familia: Una Familia que se construye con los amigos tiene lazos indelebles, espontáneos y más sinceros que la sangre misma. Gracias a Dios por ellos y a ustedes por ser y seguir siendo.
En el silencio de éste año, ese que catalogo en el inventario como (in)justo y necesario. Ha sido de quien he aprendido a escuchar mis pensamientos, a callar al miedo aunque sigue ahí, a ahogar deseos de justicia y de veracidad que algún día germinarán. Ese silencio compañero de mis penas aunque muchas veces triste, es la banda sonora de momentos que pasarán, y de otros que espero que no vuelvan más.
De hacer, este año me ha regalado muchas cosas novedosas, me ha devuelto otras que extrañaba y me ha confirmado el poder que tenemos en las manos, y en los pies. Hacer y andar un prodigio de la existencia, que me ha llevado a construir caminos de paja, de espuma, de cenizas y de fuego. He vuelto a encontrarme con mis musas y a escribir con ellas, y aunque humildes y modestas, me gritan que busque el éxito y a ello me dispongo en los próximos 365 días. (En números correctoras, porque de ellos también se construyen ideas). Quiero seguir aprendiendo a hacer, e innovar todas las formas viables de hacer, para reconocer los límites y traspasarlos de ser posible.
Y como dije al principio he aprendido muy gentilmente a sentir y agradecer, sentir lo importante del viento en el rostro, la lluvia sobre la piel, lo maravilloso de sonido (ruido o música, ¡da igual!). De las caricias a distancia o in situ. A sentir que en un gesto, una mirada, o una sonrisa somos tan capaces de poner en evidencia el sentimiento hacerlo público sin que deje de ser privado, pero que no merece ser callado porque es nuestro mejor legado. Hacer sentir lo que tienes y darlo es la mayor recompensa y la más humana de las labores. El sentir que más que la palabra nos acerca al verbo amar, en cualquiera de sus conjugaciones.
En conclusión, gracias vida por tenerte, por permitirme aprender y seguir andando, por darme la maravilla de sentir y la panacea de amar. Gracias por permitirme disfrutar de todos los detalles que tienen la luz y los sonidos. Gracias por la piel que me conecta con el mundo. A la existencia de la raza humana encarnada en hombres y mujeres dignos de ser amados. Gracias a los amores, a los amigos, a la risa y al llanto, por estar aquí y por ser el atrezzo de mis días.
Y en cuanto a propósitos para el 2011…
Seguir Amando, sintiendo, creando, creciendo, aprendiendo y agradeciendo… y practicando mas la paciencia y la tolerancia.
Gracias por estar en mi vida… Y te invito a seguir estando para los próximos 365 días …
Ha! Y también he aprendido a extrañar… las gaitas, el ron (barato) la algarabía y los gritos de los coterráneos, el sol cálido de mi tierra y los besos de mi madre. Si pueden hacérmelos llegar por correspondencia, no duden que los espero con ansias… Y si quieren apuntar alguna otra cosita, me encanta leerles, que me cuenten de ustedes para no sentirles tan lejos.
Con mi corazón.
Una lluvia de besos y una diluvio de cariño!
Feliz Navidad y un 2011 Especialmente LIBRE, FELIZ y Exitoso!

13.12.10

Cuentos de Camino

Un minuto más y llego a tiempo. Las puertas del vagón se cerraron en mis narices y me quedé en la estación. Serían los próximo minutos los más inútiles de la vida, esperar cincuenta y tres minutos en un andén solitario y pleno de gente, de esas ironías que solo en las terminales de transporte pueden existir, pues hay mucha gente y a la vez tan poca, solo masas inertes queriendo desplazarse, y una que otra explosión de sentimientos a las despedidas o bienvenidas de los viajeros.

En tan álgido ambiente me dispuse a esperar, tomé asiento y me investí de paciencia, pues contando con mi tiempo justo, no invite al viaje a ningún autor para que me acompañara en sus páginas. ¡Bueno! serán cincuenta y tres minutos de puro y duro método de observación. Mirar puede ser nutritivo para el intelecto, ¿veamos que hay cerca?. Insistente de pronto una voz en mi interior me hablaba y la ignoraba, no le tomé mucho en cuenta, como durante el último par de años, ignoré a esa señora gorda, que se llama conciencia y me puse en modo “Observación Científica”, a mirar las inertes almas del andén.

Luego, abstraído en el chirrido ensordecedor de las vías, sentí una increíble fuerza que atrajo mi atención hacia la salida de las escaleras. No sabría explicar si era mi sistema límbico, junto a mi olfato sabueso de hormonas los que me hicieron reaccionar. Pero ahí estaba, una maravilla causal, una hermosa mujer que destilaba a su paso una embriagante belleza. De esas que no te aburrirías de contemplar el resto de tus días, sabiendo que cambiará con el tiempo y la fuerza de gravedad, pero sabiéndola infinitamente hermosa, tan hermosa como 930 noches atrás.

El espécimen femenino, de unos cuarenta años cortos, de media melena y ojos mar, pasó frente a mí y condicionó a su contemplación aun más a mis sentidos, entonces seguí su huella sobre el andén, y me anclé en sus figuras para contemplar la maravilla de la creación, digna de escribirle una oda a la naturaleza, pero eso ya está gastado. ¿Cuántas se han escrito? y seguimos empeñados en decirle que grande es, pero lo poco que la amamos en nuestros actos. -¡Me refería a la naturaleza no a la preciosa mujer!-. No podría amarla sin conocerla pero que gusto sería, si seguía siendo la misma mujer que antes amé…

Al poco tiempo de contemplar su figura y embriagarme en el lejano y discreto destile de su aroma, resultó venir acompañada. Del bolso que portaba, sacó un libro particular, pequeño, robusto y hermosamente trajeado de rojo carmesí y letras doradas, un miembro de alguna familia numerosa de libros de biblioteca personal, de serie novelesca o de autores varios que bien decoraría el estudio o la estantería de alguna biblioteca en un hogar cultísimo, e incluso de alta aristocracia.

Más se agudizo mi perfil observador y pretendió interponerse entre sus hermosos ojos y el robusto amigo, más por observación y curiosidad que por otra cosa, pues quería saber de qué estaba hecha esa contemplación entre la mujer y el autor. Quería saber de qué iba ese libro o quién era su padre, para imaginar que había en ese cerebro, que aunado a tal belleza la comenzaba a dibujar irreal.

Así, inmediatamente pérfidas mis manos se movieron entre mis cosas, de mi bolso salió empolvada y olvidada la libreta que me regaló Lola. Dos años son pocos para estar sin mirar sus páginas, pero ella, fiel a la causa nunca quiso salir de mis pertenencias, el bolígrafo se volvió verbo al tocarlas y desenfrenado no desperdicio un mínimo espacio para llenarlas de lo que ahora lees.

Bruscamente mientras mi mano creaba imágenes (escribía páginas que algún día terminaré), pobres por lo abandonadas que estaban, no descuidaba la fuente de inspiración. Sin perder detalle de aquella conversación de tres que teníamos, mi mirada reconociéndola, sus ojos mirándolo y el libro hablando para los tres, ¡que maravillosa acción de contemplarla!. En ese momento de recreo llegó un tren, desconocía su destino, porque no alcance a escuchar su recorrido, pero cortó el dialogo y la separo del libro, violentamente la puso en marcha por el andén, y yo después de dos años sin escribir, no iba a dejar ir a aquella embriagadora musa de hace 930 días.

Corrí tras ella y me subí al tren, proveyendo que no se percatara de mi presencia, luego de algún tiempo y dos estaciones más adelante busqué sitio frente a ella, mientras la miraba escribía, mientras escribía me hipnotizaba más su belleza. Solo entre ella y yo, el libro rojo y las respiraciones tenues de quienes están relajados.



Pero finalmente pasó, levantó su mirada y al reconocerme asintió con gesto de impresión, diciendo: -¿Desde cuándo estas aquí?.-Respondí-. -¿Dónde?. ¿Frente a ti o en España?- -Las dos cosas-. -En España desde hace unos meses, frente a ti, el tiempo suficiente como para recordar tu olor, tu piel y todo lo demás. -¿Todo lo demás?-. Preguntó ella iluminándose su rostro con una ironía pícara. –¡Sí! todo lo demás-, Respondí, –Todo lo demás, lo bien que saben tus besos, lo sutil de tus caricias, la maravilla que es poder despertar a tu lado y …todo lo demás. Lo que me deje en tu piso cuando me fui. Todo lo demás que se quedó durmiendo contigo. Todo lo demás que tenía fecha de vencimiento y que tiramos a la basura cuando decidiste volver con ella.- El silencio se hizo presente. Solo lo interrumpió la frase: -Próxima parada! Gelida…- Me puse de pie para bajarme allí y volver al principio de mi recorrido. Cogió mi mano tirando hacia ella para que no me bajara, diciendo –¡No te vayas!, ¿Vienes conmigo?...-

Aunque el inventario de argumentos dolorosos estaba a flor de piel, la piel no se resistió a ese inclemente delirio de estar con ella. Volví a tomar asiento, la acompañé en el viaje hasta su pueblo, caminamos de prisa por las calles que llevan a su casa, sin tocarnos, sin mirarnos, solo concentradas en el recorrido, como en una carrera por la vida. En el portal no me resistí a acercarme más a ella, y saber a qué olía su pelo, a recordar esos minúsculos detalles que la distancia había borrado.

Mientras buscaba pausadas las llaves en sus bolsillos, me acerque más hasta dejarle sentir mi respiración en su cuello, el más blanco jamás visto. Noté como de inmediato se apuró la búsqueda por las llaves y la respiración se aceleró un poco más…. Al entrar solo nos deshicimos de lo que traíamos en las manos y las cazadoras. Nos mantuvimos de pie mirándonos fijamente, como dejando entender al alma si aquel era el mismo ser donde antes se recreaba.

No pudo esperar más, mientras yo solo disfrutaba en mirarla, sus manos buscaron las mías, las agarraron como quien toca espuma, cuando la espuma eran ellas, sutiles, tocaban mis manos, que temblaban de sed por su piel.

Acto seguido busqué su cara, mis manos le recorrieron reconociéndola, entendiendo que era la misma de hace 930 días. Me acerqué a ella, en un tibio respirar común, la besé y recuperé un trozo del aliento perdido, la besé para llenarme de oxigeno, hábilmente nos dispusimos a que nuestros cuerpos se encontraran, y lo que se decían es imposible transcribirlo, se necesita un intérprete para ello.

El tiempo se había regresado, había vuelto al principio, a 930 días antes, cuando la amaba y lo sabía correspondido, la besé desde la sombra, hasta los suspiros pasando por el portentoso epicentro del deseo, susurrando a sus oídos como la extrañaba y llevando conmigo suficientes caricias para el viaje de regreso. Así, amándola amanecimos, reconstruí mis ojos, volvieron a mirar con claridad, entre amarnos y descansar, mi mano seguía dibujando historias, crucé la frontera de la sequía y volví a producir, volví a escribir.

Así escribiendo, y de tanto en tanto embriagándome en su piel, entró el sol por la ventana y llenó su rostro de brillo, que borracho de placer, era más hermoso que nunca. Registré ese regalo en mis sentidos y me dispuse a partir, sigilosa y silente para no romper su sueño. Más por el agravio de que algunas palabras de despedida pudieran cruzarse. Pero todo intento fue inútil. Se despertó y se incorporó. El sol bañaba mucho más que su rostro, ahora su pecho desnudo era una trágica declaración de guerra a muerte. Sus pechos hermosos me decían ven, vuelve a la cama con nosotros, aun queda mucho día por delante.

Era un domingo más. -¡Piensa rápido una excusa!-, exclamó de nuevo la señora gorda en mi cabeza, mientras ataba mis zapatos frente a su desnudez; pero falló la velocidad de reacción, ella estaba ahí, y el hambre no había sido capaz de saciarse en una noche. Volvió a articular palabra, y su aliento convenció a mi cuerpo al envolverlo, solo me pedía que regresara a la cama, que me quedara con ella. Y mi cuerpo accedió, pero esta vez no hice nada por amarla, no hice nada, no moví un dedo, me deje amar, porque ella estaba presta para ello. Decidí recoger esas caricias, esos besos y ese maravilloso contacto de su cuerpo con el mío, como las caricias que se dan a un pájaro herido, sus manos me reconfortaban, su saliva era bálsamo para mis heridas, jamás sentí de forma tal su presencia en la cama, casi pude interpretar con todos los sentidos que deseaba disculparse conmigo, que quería sinceramente que volviéramos.

Al terminar no se hizo esperar la conversación, pasadas las tres de la tarde de ese domingo cualquiera, le propuse que saliéramos a comer, que necesitaba reponer mis energías para volver a esa ruta de la que no debí desviarme. Pero consideró más oportuno comer en casa, idea que acompañé para tener el placer de ver su cuerpo en la cocina, de poder seguir recogiendo los pedazos de esos recuerdos, que se quedaron en el camino cortando el paso.

La sobremesa, la destinó a recordar momentos felices, que sinceramente yo había olvidado cuando se ahogaron en el dolor del ya no ser; pero su sonrisa y ese brillo en los ojos, la ponía en franca evidencia de la añoranza de esos tiempos, mientras dejaba ver en su cuerpo y sus gestos lo femeninos que son cuando se protege del mundo para ir a la calle. Era mi mujer la que hablaba, esa de hace 930 días. Entonces alzó la voz la señora gorda, -¡¿Vas a volver al pasado?!-. Ella se adelantó como si estuviera escuchando los pensamientos de mi mujer. Pero fue hábil, me dio el tiempo suficiente para traer el dolor a cuenta, para que no volviera a sus brazos.

Estábamos en el sofá sentadas frente a frente, tomando el café, una cómoda posición a lo flor de loto que nos daba gusto. Dejó su taza y buscó una vez más mis manos, que ya no temblaron, yo ya no palidecí, ella finalmente pronuncio aquello que tanto me temía. –Volvamos a empezar- y mi cuerpo reaccionó alerta a tal proposición, me solté de sus manos, me incorporé y me fui a por mí cazadora, ella reposaba inerte en el sofá, imagino que aturdida por la reacción, repasé mis pasos en la casa, vi que no me dejaba nada, ni los recuerdos, ni los olores, ni las imágenes. Mi inspiración y mis musas, se mudaron de nuevo a mi cabeza.

Cuando ya estaba frente a la puerta, soltó un suspiro de aquellos que te cuentan del dolor, no dijo nada solo exhaló. Me giré y le dije: - Ahora soy yo quien marcha sin que me eches. ¡Gracias por tan seductora proposición!-. Pero el destino me trajo a encontrar cosas perdidas que echaba de menos, lo que me has devuelto hoy lo extrañaba desde hace 2 años. Ahora que lo he recuperado no lo dejaré de nuevo en tu almohada cuando decidas querer volver con alguien más. Hoy me convencí que eres pretérito, y como pretérito quedarás. Gracias por guardarme las musas hasta ahora, pero se vuelven a vivir conmigo, ¡ya no siento nada por ti!...-

Lo mejor de esos minutos, fue reencontrarme con el monstruo de tres cabezas e invitarle a un café y proponerle un matrimonio indisoluble para los próximos años. Reconciliarme con él y seguir la vida a su lado, ser las manos que le permitan relacionarse con el mundo, contar historias del mundo y para el mundo, ser feliz viviendo con él y volar entre las luces de la primavera eterna de la creación. Desnudar a la lluvia, jugar en los mares, despertar a la luna en pleno invierno y agradecerle a la naturaleza la sagrada creación de la costilla de Adán que he aprendido a contemplar y de las muchas que deseo amar, para en su piel, encontrar tema de alimento para el monstruo de tres cabezas.

No Habrá Cita!

No necesito remover las cenizas de mis ganas de besar un cuerpo nuevo. No necesito que las pesadas cargas de las responsabilidades me agobien, y me recuerden que en una pareja el caminar es de dos. No quiero caminar por y para nadie. Necesito caminar para mi, respirar la libertad que aun no he tenido tiempo de disfrutar.

No quiero compromisos de horas, personas, y de aquellas cosas que el corazón mañana no borra. Solo quiero liberar el alma, sin cambiar vidas, sin hacer que sufran otros en mi lugar o por mi culpa.

Por eso me retiro de la proeza de amar en la distancia, de mantener una esperanza viva que no poder cumplir. Prefiero recoger los trozos de un amor que no va a poder ser, que esperar el día y la hora de la cita…

Este amor no tiene mañana. Deberá ahogarse en las calles, entre la gente, entre las sombras. Pero no soy capaz de engañarme y engañarte. Perdona lo malo, recuerda lo divino, es mejor que me odies hoy a esperar mañana para hacerlo.

Que ninguna noche que caiga me recuerdes

Que ningúna esquina esconda llanto

Que ningún dia que rompa me lleves en la piel

Que nadie te hable y en sus frases me oigas

Solo olvida mis palabras… no me nombres.

2.12.10

Esa hermosa proeza...

Pudiendo dibujar con mis manos
recorrería la comisura de tus labios
determinando cada célula a su paso,
pidiéndoles que me dejen besarlos
sin poner precio a tiempos y espacios posible.
Pasear por ellos
y de vez en cuando
concebir el tesoro de tu sonrisa y tu aliento
como marco de aquella embriagante proeza de besar.