Giro en la calle a la derecha,
me pierdo entre la gente
vienen, van,
me detengo al borde de la acera
como quien se detiene frente a un gran precipicio,
quiero dar un paso al frente
pero es inútil,
ni un solo coches pasa que puedan ayudarme a concluir el encierro en mi.
Me giro,
sigo adelante,
la calle se hace estrecha y la pendiente mas empinada,
los transeúntes escasos.
A medida que se aleja el camino del pueblo
Vamos quedando solo mi cuerpo y mis pensamientos
Al final de la calle un perro,
tras el perro la puerta de la ermita.
Entro,
Por educación me persigno ante el altar, a modo de saludo
Está Jesús crucificado y María sufriendo su perdida
El Santísimo Sacramento del Altar expuesto,
solo frente a mi
Nadie más que yo
Mi miseria y yo nos sentamos en primera fila
Para que no se confunda de observador el Señor
Nos hincamos de rodillas
A mantener una conversación,
que más que una oración
es una súplica.
No sé como pedirle a Dios
Consuelo por no tenerte
O perdón por haberte tenido.
Así, mi miseria y yo seguimos de rodillas
Ante un lujoso altar de oro y piedra
Ante los ojos inertes de la Virgen desconsolada
Y Jesús inmóvil
Terminada la suplica,
creo que me ha concedido Dios el milagro
Casi no me siento
Escasamente escucho mi corazón latir
El silencio de la ermita es más que el mío
Mi soledad es más que su silencio
Mi deseo de ti es más grande que el oro de su altar
No puedo construirte un templo para adorarte
Humildemente te adoro en este corazón mío
Así me encuentro
Siento que Dios se apiada de mí
dejo de sufrir
Ya no tengo tanto dolor,
Ya no te siento,
Me levanto y camino hacia la escalera que da al campanario
Comienzo a subir
Mi corazón no hace ruido
Mi respiración es un susurro
Mis pies casi levitan sobre los escalones
Me asomo por la ventana que da al patio,
el perro ladra desesperado
Nadie viene en su ayuda
Entra y sale de la ermita como anunciando algo
Doce veces lo hace
Las mimas que dan cuenta las campanas de la ermita
Por eso ha de ser que nadie lo escucha
Porque su noticia no es más importante que el tiempo
Cuando me decido a mirar por la ventana interior de la torre,
aquella que da al altar, finalmente me encuentro
Entiendo la desesperación de aquel perro que ladra sin cesar
Esta anunciando el llanto de mi miseria
Que cual María llora su perdida
Sobre mi cuerpo interfecto que murió de amor por ti
Poco antes de que las campanas de la ermita
Anunciaran las 12 en punto del día de mi partida.